2 de noviembre de 2012

Familias de Carmona: María "La Gandinguera"


Entrevistamos a Carmela Santillana, hija de María Santillana García "La Gandinguera".

María La Gandinguera junto a su primer hijo, Antonio
Nos cuenta su hija Carmela, que cuando la guerra estaba en su punto más violento, María La Gandinguera iba junto a su madre y sus dos hermanas a vender jeringos a los soldados, a las puertas de los cuarteles. Incluso llegaron a ciertos pueblos de Córdoba, como Espiel o Cabra.
 
De hecho, ocurrió una fatalidad mientras hacían este peligroso recorrido para poder sobrevivir: su hermano pequeño, Antoñito, se alejó para hacer sus necesidades; el destino y la guerra hizo que se encontrase con una granada, y con la curiosidad típica de los niños, al tocarla, la activó. Carmela recuerda que su abuela tuvo que pagar a varios soldados para que consiguiesen encontrar y enterrar los restos de Antoñito.
 
 
 
María la Gandinguera, ya moza, contrajo matrimonio y tuvo dos hijos, pero la felicidad no la acompañó en ese matrimonio, y como era una mujer de armas tomar y sin miedo a nada, no dudó en seguir su camino sola con sus hijos. Así fue como conoció al que sería el amor de su vida, José, conocido como "El Candelá". Con el tendría siete hijos más.
José era panadero, pero debido al calor de los hornos y al asma que padecía, tuvo que dejar de trabajar joven, con sólo 11 pesetas al día de jubilación. Por ello, María no tuvo más remedio que poner a trabajar a sus cinco varones, Antonio, Vicente, Juanillo, Fernando y Luis, y a sus cuatro hijas, Pepa, Pili, Kika y Carmela, que hoy nos cuenta la historia de su familia.
 
La Gandinguera con sus hijas e hijos
 
 
Siempre vivieron en la calle Juan Chico, en una casa en la que pagaban 2 pesetas al mes de alquiler, y María ayudaba a sus vecinas hasta como matrona. Cuenta su hija Carmela, que dormía son sus hermanos en una cama de matrimonio: tres en la cabecera, y tres a los pies.
 
Estando María y sus hijos cogiendo algodón en la Finca El Alcachofal, uno de los pequeños, Luis, comenzó a llorar, quejándose porque quería chocolate. En ese momento pasaba por allí el varón, Don Joaquín Domínguez, a quién el llanto de aquel niño le tocó el corazón. Así, cogió un montoncito de algodón, metió 100 pesetas, y se lo dio a Luisillo. Cuando lo abrió, gritó contento "¡Anda! ¡Bien! ¡Ya me puedo comprar unos calcetines!". Esto nos hace ver el valor que antes se le daba a las cosas, pues, por pequeño que fuera Luis y por mucho que deseara chocolate, lo primero que pensó fue en una cosa necesaria, en lugar de en un capricho.
 
María La Gandinguera fue una mujer que luchó por sus hijos muchísimo, y no le faltaban ideas para que sus vidas fueran un poquito mejor. Cuando salía de trabajar del campo, donde cerca había un naranjal, el manijero siempre le decía "María, ¿cómo entras a trabajar tan flaca y sales tan gordita?" a lo que ella le contestaba, zalamera "¡Porque voy mu contenta de lo que me ganao hoy!". La realidad era que… ¡llevaba la pelliza de su padre llena de naranjas para su casa!
 
Después de trabajar tan duramente en el campo, su madre le dejó en herencia el puesto de jeringos. María colocaba su puesto en la esquina de la Calle Sacramento, donde hoy está la Heladería de Los Valencianos. Con sus hijos y hijas, esperaba en la Novena desde las diez y media de la noche hasta las dos y media de la madrugada a que terminara el cante, ya que en esta época venían cantaores muy famosos a Carmona, y cuando la actuación terminaba era cuando más calentitos vendían.
 
También llevó a sus hijos a venderlos al Rosario de La Aurora, donde está hoy la Romería. Entre todos cargaban con el puesto, el aceite y la harina, lo montaban y esperaban a que terminara la misa para despachar los calentitos. María, con su especial ingenio, ponía bonitos delantales a sus niñas y ramilletes de flores en su pelo, cuenta su hija Carmen, que aún recuerda el olor de aquellas flores de la romería.
 
La Gandinguera era una mujer tan trabajadora, que siempre que le cogía alguien cerrando el puesto, le preguntaban "María, ¿te cojo ya recogiendo?", a lo que ella respondía "¡Nooo, que va! Anda, ve comiéndote este cachito de jeringo que ha quedao, que mientras te voy haciendo una peseta".
 
El famoso puesto de jeringos de La Gandinguera
 
 
Para que podamos entenderlo, comprar una peseta de jeringos sería hoy equivalente a cenar en un restaurante. Es decir, ni todo el mundo se gastaba una peseta en calentitos, ni todo el mundo podía si quiera comerlos.
 
María era una mujer muy generosa, que lo poco que tenía, lo compartía. Ya pasada la guerra, a las pobres gentes que se escondieron en las cuevas y malvivían allí, las acogieron en lo que era el cuartel, hoy los juzgados. Estas personas no tenían absolutamente de nada, y en una ocasión María, viendo como una madre no tenía para alimentar a sus hijos ese día, le dijo "Anda corre, ve y pídele a Dominguito (Domingo Torralba) una botella vacía, que te voy a dar aceite y harina pa que le hagas a tus niños unas gachas".
 

Curiosamente para esta época, María era una verdadera comerciante: le gustaba tanto negociar y tratar con la gente, que cuando llegaba de vender calentitos, ponía de comer a su gente, y se iba al kiosco de chuchas en la Calle Santa Ana que tenía su marido El Candelá, para que el pudiera descansar.
 
Era muy ingeniosa, y solía camelar un poco a sus hijos para que hicieran las cosas como tenían que hacerse. Un ejemplo está en esta anécdota de su hijo Juanillo, que era muy travieso y siempre llegaba el último del colegio. Un día, al llegar, su madre le dijo "Mira Juanillo, ya lo he repartió tó, hasta he fregao la olla colorá. Pero no te preocupes, esta noche serás el primero en comer".
 
Una vez a su hija Carmela se le antojaron unos zapatos y un vestido calado precioso. Su madre, le buscó un trabajo para que se lo pudiera comprar: ir a escardar algodón durante una semana seguida. Cuando Carmela regresó feliz con el dinero para ir en busca de su traje y sus zapatos, su madre le dijo "Pero Carmelita, ¿cómo te vas a comprar tú un vestido y tus hermanas ninguno?" Así, que Carmela renuncio a su deseo.
 
María La Gandinguera murió joven, con 67 años, pero su espíritu fuerte, trabajador, generoso y simpático, sigue perviviendo en la memoria de su pueblo y familia, que tanto la querían.
 
 

Una de las últimas fotos de María: junto a su familia
 

7 comentarios:

  1. Me gusta mucho los articulos que estais poniendo, es bonito recordar a esas personas que lucharon tanto por salir adelante.

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  2. Hola soy Luis hijo de María, me ha gustado mucho lo que ha puesto mi hermana sobre mi madre aunque me hubiera gustado ampliar mas cosas de mi madre, de todas formas esta muy bien.

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  3. Estamos encantados con el éxito que están teniendo los artículos, y esto es gracia a las historias tan increíbles y bonitas que tuvieron vuestros familiares.

    Muchas gracias a vosotros, los familiares de estas protagonistas, por querer compartir con todos su vida y anécdotas.

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  4. Un referente de mujer para muchas personas. Enhorabuena a sus descendientes por haber pertenecido a su familia.

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  5. Un gran artículo, aunque como bien dice mi tío Luis, queda mucha, muchísima tela que cortar en torno a la historia de esta gran mujer. Tal es la cosa que yo jamás, desde que tengo uso de razón, he necesitado dar más de una explicación para identificarme ante cualquiera. Con decir: Soy nieto de la Gandinguera, he sido aceptado de inmediato, y regado con estas y otras muchas y variadas anécdotas de María y de José. Me siento muy orgulloso de mis raíces.

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