22 de octubre de 2012

Familias de Carmona: Carmen "La Herrería"

Entrevistamos a Gracia Villalba, hija de Carmen González "La Herrería"


Fue en 1908 cuando la madre de nuestra protagonista, que trataba mucho con gente de buena familia, acudió a la casa de una señorita de Carmona a anunciarle que iba a bautizar a su hija recién nacida. La madre de la criatura deseaba llamarla Mercedes, pero la señorita insistió en que se llamase Carmen. Así fue como se bautizó a Carmela “La Herrería”.
El padre de Carmela, como tantísimos carmonenses, vivía del trabajo en el campo, mientras que su madre trabajaba de portera en la antigua cárcel, lo que es hoy el centro de día para mayores de la Plazuela San José.
Cuando Carmela llegó a su edad de mocita, conoció al que sería su marido, José Villalba Luna, más conocido como “Lucena”, por ser este el pueblo del que procedía su familia.

Al principio, la joven pareja vivió en el Postigo, pero al poco se trasladaron al barrio de Santiago, donde estarían siempre. Más concretamente, vivieron en lo que hoy son los pisos de protección oficial de Santiago Nº 5 y 6: esta casa de vecinos era conocida como la “casa grande de la palmera”. En Carmona había varias casas de vecinos muy conocidas. Esta era una de ellas, pero por ejemplo, estaba la “casa de la cancela”, en la Calle Dolores Quintanilla, o la “casa de los cuernos”, en la Calle Ahumada.
Este tipo de convivencia vecinal, entre familias grandes y humildes, hizo que las penurias por las que pasaban se hicieran menos duras: en las casas de vecinos todo se compartía, se arropaban, algo que hoy en día hemos perdido en cierto modo.


Carmela tuvo a sus dos primeros hijos cuando Lucena llegó de la mili: Manuel, conocido como el “Pichili”, y María, que se llevaba poco más de un año con su hermano. Pero poco les duró la dicha, pues en ese momento estalló la Guerra Civil, y Lucena fue reclutado. Durante tres largos años, La Herrería se quedó sola, en un cuarto de la Casa Grande de Santiago, con sus dos pequeños. Sin móvil, internet, ni teléfono, las únicas noticias de su marido las recibía en papel.


                                                                          Carmela "La Herrería" y sus hijos, Manuel
                                                                                                                                                      y María, posando para su padre

Nos cuenta su hija Gracia, que al año y medio de estar fuera, su padre le pidió a su madre una foto de sus niños, para verlos ya crecidos. La familia aún conserva esta foto, en cuyo reverso aparece el número de mosquetón de Lucena: los soldados respondían de su arma en la guerra.

Una anécdota que contaba mucho La Herrería es la siguiente: cuando Lucena regresó de la guerra, sus hijos, extrañados, le preguntaban: “Mamá, ¿quién es este hombre?”, a lo que ella respondía alegre “¡es vuestro padre! ¡Dadle un beso a vuestro padre!”.

Tras la guerra, Lucena se dedicó a la recogida de espárragos. Salía para dos o tres días, ya que llegaba a recorrer 30 o 40 kilómetros, y estas eran las herramientas que llevaba: una palanqueta, para sacar el tallo de la esparraguera sin tener que sacar la raíz, y que así volviera a crecer el espárrago en el mismo lugar, y la “espuerta”, una cesta de palma manufacturada por él mismo, que permitía tener las dos manos libres y colocar los espárragos de forma que no se doblaran.

A pesar de llevar su pelliza, como se conocía al abrigo antes, Lucena dormía a campo abierto, detrás de una palma si era posible. Al pasar los años, soportar tantas inclemencias le pasaría una cara factura, pues era asmático.

Cuando volvía a casa con la mercancía recolectada, él y Carmela preparaban los espárragos en pequeñas gavillas, atándolas con palma. La Herrería los vendía en la Plaza de Abastos y en casas particulares, mientras Lucena salía a por más.

Durante estos tiempos la pareja tuvo en total 10 hijos más, que con los dos primeros ya sumaban 12, pero solo 8 sobrevivieron.

La posguerra fue durísima, como todos sabemos gracias a testimonios como este, y Carmela empezó a ir con su marido al campo, para recoger los cogollos de la palma: era un trabajo arduo. Nos cuenta su hija Gracia que se apartaba la palma, y con unas tenazas con dientes, una especie de alicate, se agarraba el cogollo para que no se resbalara. Carmela lo pasó bastante mal, ya que era un trabajo incluso doloroso: las tenazas iban atadas a las muñecas para evitar que se resbalaran, por la fuerza que había que hacer para arrancar el cogollo.



 
                                                                      Hombre trabajando la palma, como se hacía antiguamente


Carmela La Herrería era una mujer muy fuerte, y no quería nada para ella si podía dárselo a sus hijos primero. Un ejemplo de esto es la siguiente anécdota. Se encontraba verdeando en la Hacienda Gavira, y de pronto comenzó a sufrir una fuerte hemorragia. En un principio no permitió que la trajeran al pueblo, pero la gente que la conocía, preocupada, consiguió convencerla. Una vez en Carmona, se negó rotundamente a gastar el dinero que tenía guardado para las medicinas. Lo más curioso es que nadie sabía que había estado ahorrando: lo tenía escondido detrás de unos cuadros que a ella le encantaban, que se conocían como “caprichos”, para cuando le hiciera falta a sus hijos.


Como era normal en la época, los pequeños de la familia comenzaron a trabajar el campo en cuanto pudieron: Gracia iba con sus hermanos en bicicleta, desde Santiago al Cortijo Rosalino a recoger algodón. Recorrían unos 12 kilómetros, tanto en verano como en invierno. En cada bici, se montaban tres: uno en el “portamaletas”, otro en el sillín, y ella en el cuadro de la bici, agarrada al manillar.

También trabajaron en el cortijo La Salváida, a 15 km, donde escardaban el trigo. Podían llevarse meses en el cortijo, lavándose en un pozo y durmiendo en “camas” de paja; aunque llevaban algo de comida para la campaña, todos los días pasaba el “chancá”, el mozo que les llevaba el guiso de garbanzos caliente a los trabajadores y trabajadoras. También estaba la figura del “cabañí”: se encargaba de venir a Carmona para ver a los familiares de los trabajadores y luego remitirles sus cartas, calcetines, algo de comida o la ropa lavada.
Cuando el trabajo les permitía volver a casa diariamente, cargaban con la quincana, lo que hoy conocemos como el canasto, con la comida que les permitiera su pobre situación: un arenque y un trozo de pan, o dos chorizos pequeños y un trozo de carne de membrillo.
A raíz de esto, le preguntamos a Gracia por lo que solían comer en su casa durante la posguerra; la respuesta nos hace reflexionar sobre la cantidad de productos que tenemos hoy. Nos cuenta que lo normal eran gachas; a veces se les añadían chicharrones, pero no los chicharrones fritos que comemos hoy como tapa: los chicharrones para ellos eran tropezones de pan frito.
El cocido duraba varios días, pues no se solía hacer mucho; le preguntamos si al menos comían fruta o verdura, y nos cuenta que recuerda los tronchos de coliflores que le daban a su madre en la Plaza de Abastos, y los peros picados que le dejaban más baratos.
Nos comenta algo cuanto menos curioso: cuando alguien estaba enfermo, era la única ocasión en la que se comía jamón o algo de pescado. Esto hoy nos parece increíble.
Cuando las amas de casa iban a la tienda, al no existir el ticket de compra que hoy nos dan en todos sitios, llevaban su “cartilla”, donde apuntaban, al igual que el tendero, lo que se llevaban. Lo normal era dejarlo, como decimos en Andalucía, “fiao”, ya que no se solía tener efectivo siempre. Cuando llegaba la época de recoger el algodón, por ejemplo, el tendero esperaba a las familias cuando cobraban, para que saldaran la deuda.
                                                     Una típica tienda de Carmona en los años 40, y su tendera
Si hay algo que en gran parte salvó a la familia de La Herrería, fue su valentía y su arrojo para conseguir dar de comer a sus hijos e hijas: Carmela iba donde hiciera falta, le pedía a quién fuese, con tal de poder ponerle algo a sus hijos para comer. Esta situación vino dada por la enfermedad respiratoria de Lucena, ya que llegó un momento en que ya no podía trabajar. La Herrería no sentía ninguna vergüenza por su situación, y luchó todo lo que pudo y más. Heredó de su madre la simpatía y zalamería que les hizo llegar a conocer a todos los señoritos y señoritas del pueblo: conocía a los Losada, a Pedro Valverde, Mira de Olmos… Carmela siempre iba saludando por Carmona, tanto a gente de “bien” que la conocían y apreciaban, como a gente corriente que la quería de la misma manera.
Lo simpática y solidaria que era le facilitaba las relaciones con la gente que más tenía y con la que menos: en la Casa Grande, fue matrona de muchos niños, amortajó a muchos vecinos e incluso les ayudó con los papeles que tenían que entregar cuando alguien fallecía.
De hecho, junto a la Casa Grande de Santiago, estaba la conocida como Casa Chica, y en ella vivía una mujer que aún hoy recuerda con cariño a La Herrería. Era la mujer de El Mosquera, conocida como “La Chica Carguera”. Cuando la tía de esta vecina, que había sido como su madre, falleció, lo primero que pidió fue que viniera la Carmela La Herrería: le ayudó tanto a lo largo de su amistad, que hoy, desde Barcelona, sigue agradeciendo a la familia de Carmela la ayuda que le prestó.
La Herrería lo hacía todo por sus hijos: no sólo pedía comida o ropa para ellos, sino que también se ocupó de mantenerlos ilusionados y felices: recuerda Gracia que cuando su padre no estaba, se acostaba con todos ellos y les contaba muchas historias. En una época sin los entretenimientos de que disfrutan hoy los niños, estas historias cobraban vida bajo la voz de Carmela.
Visitaba también a la familia de Frasquito, que arreglaba bicicletas y estaba mejor económicamente, y le pedía a su mujer, Rosarito, ropa para sus hijas, ya que la suya, conocida como La Quinita, era mayor. Recuerda Gracia que una vez le dieron un vestido blanco precioso, con un bordado en marrón. Gracia y sus hermanos tenían que bajar desde Santiago hasta la fuente de la Alameda a por agua, donde podían llegar a esperar colas de una hora para llenar el cántaro. Gracia, con su vestido nuevo, se subió por una resbaleta de la fuente para no tardar tanto, con tan mala suerte que se enganchó y se le rompió el vestido blanco. En esta época se le daba tantísimo valor a un simple vestido, que la pequeña Gracia lloró “más que Jeremías”.
                                                  Se observa la cola que se hacía para cojer agua en la Alameda
Siendo ya mocita, Gracia recuerda el respeto que se le tenía a los padres: las madres reñían mucho, pero una sola mirada de un padre bastaba para obedecer. En la Casa Grande, al vivir tantas familias, muchos novios visitaban a sus novias en las puertas de la casa; pero Lucena, le dejó bien claro a sus hijas que ese no era lugar para “hablarse con los novios”, y que si querían los podían ver en la escalera del soberao donde vivían.
Para que imaginemos estos hogares humildes, le pedimos a Gracia que nos los describa. Para empezar, las viviendas de estas casas de vecinos se dividían en habitaciones. Las que estaban a nivel de la calle, se llamaban salas, y las altas, soberaos. Una vez dentro, algunas tenían dos habitaciones, como la de La Herrería y el Lucena: una habitación amplia donde dormía toda la familia junta, y una más pequeña donde se comía, conocida como corredores, que sólo contaba con una mesa y el chinero, un mueble tipo vitrina donde se colocaban los platos, pues los fuegos para cocinar solían estar en el patio común.
En la habitación donde dormían, se solían levantar unas especies de tabiques fabricados con sacos y blanqueados con cal, llamados ataizos, que servían para separar la estancia, en el caso de esta familia, para hacer un trastero donde su padre metía todas sus herramientas: las palancas, las espuertas, las arperchas (hoy día las conocemos como las costillas, trampas para atrapar pájaros, como los zorzales, y venderlos).
                                             Una casa de vecinos de Sevilla de la época
La siguiente anécdota nos recuerda el grado de responsabilidad que aceptaban los más pequeños en muchos aspectos: las niñas se quedaban con los pequeños mientras sus padres trabajaban, pero hablamos de niñas de 7 años. En una ocasión, María, hermana de Gracia, se quedó con su hermano, José, de 8 meses, solos en casa. Mientras ella barría la escalera del soberao, el pequeño dormía junto a la copa. De pronto, la chiquilla escuchó llorar al bebé, y al correr junto a él, se encontró con que se había caído en la copa, y tenía cisco pegado en la cara. Hoy día tenemos muchas opciones para que seamos atendidos medicamente, pero en esta época sobrevivir podía depender de la ayuda de tus vecinos: en la Casa Grande, todos acudieron en ayuda de los hijos de La Herrería, como ella hacía con los demás.
Carmela, como decimos, fue una mujer que ayudó tanto a gente rica como a gente pobre, y vio toda esta dedicación a los demás recompensada cuando, cierto día, de pronto, perdió la vista.
La voz se corrió rápidamente por Carmona: La Herrería estaba ciega. La sorpresa fue que, estando convaleciente en la cama, comenzó a escuchar jaleo y gente subiendo por las escaleras del soberao: habían acudido a visitarla varios señoritos de las buenas familias, que bien la conocían. Estaban allí Don Pedro Valverde, Mira de Olmo, Losada… Entre todos ellos, acudieron a la botica y le llevaron las medicinas que poco a poco le devolvieron la vista. En esos momentos, en que las diferencias entre las clases sociales eran tan pronunciadas, que alguien adinerado ayudase así a una persona humilde era algo inusual, aunque bien es cierto que muchos ayudaban dando comida y ropa, presentarse en el soberao y pagarle un médico a Carmela era señal de un gran aprecio personal.

                                                 La famosa Farmacia Central Nº1 del Duque: mucho más humildes era las "boticas"
De hecho, esta demostración de aprecio no quedó ahí: el niño que la hermana de Carmela, Gracia, cuidaba de pequeño, al que llamaba cariñosamente Periquito, se convirtió en alcalde de Carmona: Don Pedro Valverde. Éste, les tenía mucho cariño a ambas hermanas, y cuando Carmela fue incapaz de seguir trabajando, y quiso cobrar lo que aún no era la jubilación como la conocemos, le dieron negativa. Si recordáis el principio de esta historia, Carmela podía haberse llamado Mercedes: efectivamente, en la iglesia constaba como Carmen, y en el registro, como Mercedes. “Periquito” Valverde, como ella lo llamaba, consiguió solucionar el problema, y que La Herrería pudiera descansar al fin de tanto trabajo.
Gracia, su hija, nos dice también un nombre de un carmonense que ayudó en esta situación a muchísimos trabajadores: Don Salomón. Un terrateniente muy rico que se adelantó a su tiempo, donde no existía la palabra “cotizar”. Este hombre apuntó escrupulosamente cada día y hora que los trabajadores del campo echaban, para así luego conseguir demostrar que habían trabajado lo suficiente para cobrar. No todos los terratenientes se preocupaban por esto personalmente, dejándolo en manos de sus subalternos, que se preocupaban menos.   
Así transcurrió la vida de Carmela La Herrería, pues sus hijos e hijas se hicieron mayores, y para finales de los años 60, cuando Lucena falleció por su enfermedad respiratoria, todos habían labrado ya su vida y su destino.
Recuerda Gracia, que estando su padre en el hospital, con el oxígeno puesto, su madre se negó a descansar, permaneciendo junto a él día y noche durante dos meses. Tal vez fuera esta circunstancia, pero a partir de aquí Carmela empezó a “malear”. Un día, con toda tranquilidad, le dijo a su marido “Lucena, ¿qué hace ese niño ahí colgado?”. Estaba mirando la botella de oxígeno. Lucena, sin pensarlo, le ordenó que se fuera a casa a descansar inmediatamente.
Entre todos sus hijos e hijas cuidaron de la madre que tanto había cuidado de ellos, pues debido al alzheimer que se la llevó, que antes se conocía como “quedar desmemoriá”, La Herrería se escapaba de casa y no conseguía recordar el camino de vuelta.
A pesar de que ella no lo recordaba en sus últimos días, su familia, su barrio y Carmona sí se acuerda de todo el bien que hizo Carmela La Herrería.






19 de octubre de 2012

19 de octubre: Día Mundial del cáncer de mama


 En España, este es el tipo de cáncer más sufrido entre las mujeres. Según las estadísticas, una de cada ocho mujeres españolas lo sufrirá. Pero las estadísticas también tienen datos muy positivos: nuestro país es uno de los que tienen el índice más alto de supervivencia a este tumor, situándose de los primeros en Europa.

Esto se debe a la labor de concienciación que tantas asociaciones han realizado, además de la esfera educativa y médica, en lo que al diagnóstico precoz se refiere. Este también es el día de todos ellos. 

Desde Unidad por Carmona queremos dedicar un saludo y abrazo virtual a todas esas mujeres que han sufrido o sufren cáncer de mama, apoyarlas y agradecerles su fortaleza, porque gracias a ellas, a su esfuerzo por superar esta enfermedad, hoy las jóvenes tenemos un referente, sabemos que si en un futuro lo sufriéramos, podríamos luchar, y ganar, al cáncer de mama.


También queremos mandar un fuerte abrazo a los hombres que lo sufren. En datos totales, por cada 100 casos de cáncer de mama en mujeres, se da 1 en hombres. En el caso de ellos, la problemática que se suma a la enfermedad es la etiqueta mental que tenemos de que esta enfermedad sólo se da en mujeres. Por eso, para que la igualdad sea una realidad, hemos de concienciarnos de que prácticamente nada es exclusivo de hombres o mujeres. Este también es el día de todos ellos.


Aprovechamos para aportar nuestro granito de arena, y seguir insistiendo sobre la importancia de la realización periódica de la mamografía, especialmente a partir de los 45-50 años. Con la reciente polémica que existe en cuanto a la posibilidad de que esta prueba dejase de ser gratuita en la Sanidad Pública, algo que haría que retrocediéramos en todo el avance conseguido con respecto al cáncer de mama, decir que sabremos que ocurre finalmente cuando el Gobierno haga públicas las conclusiones de las cinco comisiones de expertos "independientes" que desde el pasado mes de febrero analizan cómo homogeneizar los servicios que se prestan en  las Comunidades Autónomas y cuáles de ellos se eliminarán de la Sanidad Pública.

17 de octubre de 2012

Familias de Carmona: Isabel "La Borrega"

Entrevistamos a Mercedes Rodríguez Pérez, hija de Isabel Pérez, "La Borrega".
 

Isabel "La Borrega"

Isabel "La Borrega" se crió hasta su madurez en la Viña del Bailío. Su padre era encargado allí, y de cinco hijos que tenían, ella era la única mujer. Como la situación de la familia era aceptable en la Viña, Isabel no tuvo que trabajar en esta época.

Su hija Mercedes nos cuenta, que la vida de su madre dio un giro inesperado el día que apareció un esparraguero en la viña para dejarle espárragos a su padre: Rafael "Mamasopa". 

Fue amor a primera vista, pero el padre de Isabel se opuso al principio, ya que esperaba encontrarle un prometido que estuviera en mejor situación. 



Tanto hoy como ayer, cuando el amor aparece, todo lo demás no importa, así que, finalmente, los padres de Isabel dieron su consentimiento al noviazgo de su hija con el trabajador esparraguero. Se casaron, y pronto tuvieron su primera hija. Más tarde, llegaría Mercedes, la pequeña y última de sus descendientes.

La vida de Isabel La Borrega cambió: de estar protegida por su familia y la situación de su padre, pasó a formar un equipo con su esposo, al que tenía que ayudar en las labores.

La primera vez que recogió espárragos, y se dirigió a venderlos, pasó muchísimo apuro. De camino a la Plaza de Abastos, se encontró con la que era su suegra, Rosalía. Quiso ayudar a su nuera, y le dijo que no se preocupara, que ella le vendería los espárragos.

La Plaza de Abastos en la época de Isabel

Isabel se echó las manos a la cabeza cuando apareció su suegra, que en lugar de las pesetas que tanto necesitaba el matrimonio, le trajo ¡una vajilla de platos! Rosalía lo hizo con toda su buena intención, ya que la pareja no tenía nada, pero Isabel, a partir de ahí, decidió que vendería ella misma los espárragos.

Las mujeres de esta época hacían grandes esfuerzos en su día a día: no existía ni baja maternal, ni guarderías donde dejar a sus hijos cuando iban a trabajar. Recién paridas, tenían que llevarse a sus bebés al campo; por ejemplo, en la campaña de la aceituna, las madres "colgaban" literalmente a sus recién nacidos en un olivo, y los mecían para que se quedaran dormidos, mientras trabajaban. 

Trabajadoras verdeando en Ubrique en los años 40-50

Rafael "Mamasopa" iba en bicicleta a por espárragos, tacarninas, caracoles... Al volver a casa, sus hijas contaban los espárragos mientras él los hacía manojos. Las familias colaboraban entre ellas, se ayudaban unos a otros, un valor que quizás deberíamos recordar más en la actualidad.

Isabel y su familia vivieron toda su vida en la casa grande al lado de la Puerta Córdoba, en el número 41, una casa donde convivían 18 vecinos. Aquí se grabó parte de la película Carmen, en la que actuaba Plácido Domingo en 1984. Isabel "La Borrega" participó en este rodaje como extra, por ejemplo, apareciendo como trabajadora de la tabacalera.

Fotograma de la película "Carmen" de Bizet, donde apareció Isabel como extra

Más tarde, Rafael encontró trabajo como palmero: era un trabajo difícil e incluso peligroso, pues se trataba la hoja de palma con unos artilugios hasta que se sacaba una madeja de crin vegetal, que servía de relleno de colchones antes de que se usara la espuma.

Tanto Rafael como Isabel trabajaron en muchas cosas diferentes: recogiendo melocotones, algodón, aceitunas, espárragos, llevando leña a una casa bien, la de la "señorita María", de meloneros...

Rafael "Mamasopa", desgraciadamente, falleció con 51 años; la hija mayor de Isabel se casó y marchó a Lora del Río, y su hija menor, Mercedes, se quedó con ella.

Isabel "La Borrega" falleció con 85 años, tras sufrir varios años la enfermedad de la meningitis, pero siempre le quedará a su familia el recuerdo de aquella mujer fuerte, que se hizo a sí misma y trabajó junto a su marido donde quiera que fuese.




15 de octubre de 2012

Familias de Carmona: Rosario "La Veneno"



Entrevistamos a Manuel Salgado Pulido, hijo de Rosario Pulido, "La Veneno".


Rosario "La Veneno"

Corría el año 1936 cuando la Guerra Civil española estalló. Rosario Pulido, conocida en su barrio de Santiago y en Carmona como Rosario "La Veneno", había dado a luz a cuatro hijos cuando la paz aún reinaba. A esta increíble mujer le esperaba una gran prueba de superación: su marido, José Salgado, pasaría tres años luchando en la guerra y tres más en prisión, dejando a Rosario, inevitablemente, a cargo de todo.

Sacar cuatro hijos adelante, en una etapa tan peligrosa como la guerra civil, y sin la protección social de la que hoy gozamos, fue una tarea muy difícil: pero no estamos describiendo a cualquier tipo de mujer. Las mujeres de esta época, como Rosario, eran infatigables trabajadoras, luchaban por la supervivencia de sus hijos tal y como sus maridos luchaban por la libertad en la guerra.

Rosario La Veneno caminaba hasta Alcalá de Guadaíra sólo para ir a por un saco de "papas", nos cuenta su hijo. Robaba si era necesario, no para ella, sino para alimentar a sus pequeños. Encontró trabajo como sirvienta en una casa bien de Carmona, y así pudo subsistir hasta que José volvió de la guerra.

En este momento, el matrimonio tuvo cinco hijos más; desgraciadamente, Rosario, de cuatro añitos, que heredó el nombre de su madre, falleció.

Es en esta época cuando Rosario La Veneno comienza a trabajar como manijera en el Cortijo Rosalino, donde trabajaría hasta los 60 años de edad, cuando sus hijos tuvieron que convencerla para que, por fin, descansara.

Hoy en día es impensable para nosotros, pero Rosario recibía a chicos de menos de 12 años en el Cortijo, y les encomendaba las tareas del campo para que empezaran a trabajar. A los más pequeños, se los enviaba a guardar las vacas primero, y a segar garbanzo o escardar trigo después.

Grupo de algodoneros, que ilustra la juventud con la que se empezaba a trabajar en el campo



Hemos hablado con algunos de aquellos niños, hoy mayores, pero con la misma mirada de ilusión al recordar a Rosario: mientras los encargados y otros manijeros reñían fuertemente a los chicos, e incluso los echaban por no hacer bien las tareas del campo, Rosario se ocupaba, por detrás de ellos, de enseñarles, de ayudarles para que siguieran trabajando: ganaban de 10 a 15 pesetas al día, de sol a sol.

Su hijo Manuel nos cuenta que, teniendo dos añitos, corría tras Rosario llorando para que le diera el pecho, mientras ella iba segando el trigo. Esto nos hace comprender la fuerza de estas mujeres: Rosario paraba, se sentaba en una gavilla de trigo (manojo de trigo amontonado) le daba el pecho a su pequeño, y, mientras él dormía plácidamente, ella volvía a su duro trabajo.

Mujeres de los años 50 recogiendo las "gavillas de trigo"


El invierno era muy duro durante esta época, pero eso no amilanaba a nuestra protagonista y su familia: aprovechaban esta estación para recoger tacarninas y espárragos, ya que crecían mucho debido a la lluvía y constituían un extra para la casa.

Tras el invierno, al final de la primavera, llegaba la época de recogida de caracoles. Rosario La Veneno, incansable, iba hasta Sevilla con su amiga Rafaela a venderlos. Una anécdota que ella recordaba entre risas es que, caminando por la capital, se topó con un escaparate donde había un maniquí: en Carmona, aún no había ninguno, era la primera vez que Rosario veía uno, así que, ni corta ni perezosa, quiso venderle caracoles a la extraña señora que miraba desde el cristal.

De los primeros maniquís en Andalucía: años 40

Regresó a Carmona relatando a su amiga lo antipática que había sido aquella mujer, que ¡ni le había dirigido la palabra!

Así vivió Rosario La Veneno, entre guerra y trabajo duro, con sus hijos y su marido, José, que, para escuchar La Pirenaica, (Radio Independiente de España) tenía que sujetar un cable en alto para cojer la señal, detalle que hoy nos parece increíble.

Rosario falleció con 86 años, junto a sus hijos y nietos. Dos años antes, por la edad, había perdido la memoria, pero hoy, veinte años después de su muerte, demostramos que la memoria colectiva la seguirá recordando, como se merece una carmonense de esta talla.





8 de octubre de 2012

Familias de Carmona

Desde Unidad por Carmona queremos rendir un sincero homenaje a todas las mujeres y hombres de Carmona que, en las décadas de los treinta y cuarenta, durante la guerra y la posguerra, levantaron con grandes esfuerzos a sus familias.

Entrevistamos a sus hijos, pues ellos son los que aún recuerdan la historia de sus padres, sus tradiciones y sus anécdotas. Cada mes, contaremos con los relatos de algunas de estas familias.

Pensamos que es muy importante dedicar tiempo a escuchar, a aprender y a valorar a nuestros mayores. Esto cobra mayor valor en los tiempos que vivimos: nos quejamos de la crisis, de nuestra situación económica, pero, proponemos una reflexión: ¿se quejaban nuestros abuelos cuando comenzaban a trabajar a los nueve años? ¿Se quejaban nuestras abuelas cuando su "baja maternal" consistía en dos días, por ejemplo?

Por supuesto, eran tiempos diferentes, pero puede servirnos para valorar lo que tenemos en nuestro presente, y sobre todo, para apreciar lo que hicieron por nuestro futuro estas grandes familias.

3 de octubre de 2012

El Pleno del Ayuntamiento de Carmona da luz verde al PGOU




En el Pleno Extraordinario celebrado en el día de ayer, que contó con muchos ciudadanos/as de Carmona como público, se logró el consenso de los grupos políticos para la primera aprobación provisional del Plan General de Ordenación Urbana de Carmona (PGOU).

Este documento lleva siendo redactado y modificado desde 1992, debido a la complejidad que supone su elaboración técnica y la unanimidad política que requiere. Se trata de un instrumento para planificar el crecimiento y la mejora de nuestro municipio, teniendo en cuenta los nuevos modelos de ciudades sostenibles y la calidad de vida de los/as carmonenses.

Contempla muchas actuaciones de diversa índole, que se llevarán a cabo en 16 años, una vez aprobado definitivamente. Por ejemplo, se proyectan realineaciones de calles, para mejorar la movilidad dentro del municipio; mejoras en sistemas generales y equipamientos para la ciudad, como son las instalaciones deportivas y zonas verdes; dotaciones de terrenos para viviendas e industriales, sobre todo viviendas situadas en las parcelas vacías que existen en Carmona, para conseguir la ordenación y control del territorio urbano; mejora en servicios, como el abastecimiento del agua del Huesna, y equipamientos para las urbanizaciones; actuaciones en Guadajoz, como proyección de suelos urbanos e industriales; y protección y actuaciones, como la vía verde, en el patrimonio rural de nuestro pueblo.

Para llevar a cabo todas estas intervenciones se estiman unos 52 millones de euros, aunque no todos en inversión municipal: se contemplan aportaciones de otras administraciones o empresas privadas, pero siempre en consonancia con lo dispuesto en el PGOU.

Tras esta 1ª aprobación provisional, se abre el necesario período de información pública y presentación de alegaciones por parte de los ciudadanos que así lo consideren.

Después de resolver estas alegaciones y las posibles modificaciones que concreten las actuaciones del PGOU, se llevará de nuevo a pleno para conseguir la 2ª aprobación provisional.

El paso definitivo será trasladar el documento a la Junta de Andalucía, que es la competente para aprobar definitivamente este tipo de planes. Se estima, siendo optimistas, que este último paso tenga lugar para finales de 2013.

Para vuestra información, el PGOU estará disponible dentro de dos semanas aproximadamente en el Boletín Oficial de la Provincia, en la web oficial de La Diputación de Sevilla; también podréis consultar el documento en la web del Ayuntamiento de Carmona.