hijo de Josefa Santamaría Amuedo, Pepa "La Camisona"
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Pepa "La Camisona", una mujer querida y recordada en Carmona |
El padre de Pepa era un hombre de campo, pero venía de muy lejos: de Galicia, de ahí el apellido Santamaría. En aquella época, muchos gallegos venían a Andalucía para trabajar en los molinos de aceite.
Esta angustiosa situación sería imposible hoy día, ya que contamos con muchos medios de comunicación, pero a finales de la década de 1800, Cuba y España estaban divididas no sólo por un océano, sino por meses y meses de distancia.
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Españoles en la Guerra de Cuba, que España mantuvo con EE.UU. Posan justo antes de una batalla. Año 1898 |
Ya en Carmona, conoció a Antonia Amuedo, que procedía de Algodonales. El matrimonio tuvo tres hijos: Pepa, de la que nos habla su hijo Ramón, Gracia, y Antonio, que fue el único de los trillizos de Antonia que sobrevivió.
Pepa y sus hermanos vivieron sus primeros años con relativa tranquilidad, ya que su padre era muy trabajador. Después de mucho esfuerzo, logró ser encargado de una finca y sus hijas e hijo no tuvieron que trabajar hasta ser mocitos.
A una calle de distancia, en nuestra Calle Sevilla, se desarrollaba la vida de Antonio, futuro marido de Pepa y de quién adoptaría su mote. El mote “Camisón” tiene un origen muy curioso: el bisabuelo de Ramón, fue bautizado en Lora del Río por un hombre al que conocían como “Camisón”. Los vecinos del pueblo le llamaban así porque tocaba la guitarra, pero sólo sabía entonar unas pocas notas, que, curiosamente, sonaban como “camisón-camisón”. Así, esta familia traería el mote de Lora del Río a Carmona.
El padre de Antonio, Francisco, tenía una habilidad natural que muchos de sus descendientes heredarían después: era un tratante nato, y muy emprendedor. Tuvo muchos oficios distintos, pero destaca su trabajo en la Olivarera , donde traía y llevaba orujo, aceitunas, acarreaba a las bestias... Todo fue bien hasta que estalló la Guerra Civil , pero Antonio, su hijo, se criaría entre estos negocios, y aprendería a llevarlos luego para sacar a su familia adelante en los difíciles tiempos que se avecinaban.
De pronto un día, la familia de Pepa sufrió un gran varapalo: estando su padre segando en el campo, un infarto se lo llevó de forma súbita. Para cuándo llegó a Carmona, tirado a todo lo largo en una burra, ya había fallecido. Así, Pepa “La Camisona”, se hizo cargo de sus hermanos, al ser la mayor de todos.
Un día cualquiera, Antonio y Pepa, como vecinos, cruzarían su mirada: ella tenía 17 años; él, 27, y desde entonces no se separarían. Como se ve a simple vista, Antonio “Camisón” era un hombre muy apuesto; no sólo eso, sino que además se engalanaba y le gustaba de lucir bien. Una vecina, conocida como “La Papocha”, le recriminaba a Pepa que se lo había robao... y es que Antonio bien merecía varias pretendientas.
Contra Pepa “La Camisona”, las demás poco tenían que hacer: cuando el amor aparece y es correspondido, nada lo frena. Una vez casados, se fueron a vivir a lo que se conocía como “la barrería de Leopoldo”. Antonio “Camisón” trabajaba por aquél entonces allí, y la fábrica de ladrillos y locetas disponía de viviendas para los trabajadores.
Después de este duro trabajo en la barrería, Antonio Camisón empezó con el oficio de calero: en estos años, la cal que se hacía era de leña. Este tipo de cal ya no existe, de hecho, en Morón de la Frontera , se creó un museo que conserva las chimeneas, hechas a mano, de las que se extraía este tipo de cal. Esto era artesanía pura, eso sí, a base de muchísimo esfuerzo de hombres como Antonio.
Tras esto, Antonio volvería al oficio que vio ejercer a su padre desde pequeño: entró en la Unión Olivarera , donde retomó el negocio del acarreo de las bestias, y además, debido a su experiencia en construcción, les proporcionaba la cal, los ladrillos, trabajaba de arriero yendo a por arena a los arroyos...
El estallido dela Guerra Civil había cogido a la familia en la barrería, con los primeros hijos de Pepa “La Camisona” recién nacidos. Esta gran mujer no dudó en hacer de todo para que sus pequeños, que siempre la llamarían “momá Pepa”, no pasaran demasiadas penurias, y mientras su marido trabajaba y trabajaba, ella se dedicaba a ejercer de “trasperlista”, algo muy típico en esta época: se trataba de trocar, intercambiar, todo lo que se pudiese. “La Camisona” cogía el Carmonilla, y se andaba Tocina y Los Rosales cambiando aceite de Carmona por batatas o pimientos.
Más tarde, tendría su propio borrico, e iría con su hijo José hasta El Viso del Alcor en busca de naranjas. Hablando de su hermano José, nos cuenta Ramón que se parecía muchísimo a su padre: si estaban los dos juntos en una habitación hablando, no sabías distinguir quién era el que tenía la palabra.
Ramón recuerda emocionado, como si las estuviera saboreando ahora, después de 60 años, las ricas batatas que preparaba su madre. Las hacía fritas, como las papas; en su época se hacía incluso helado con este producto.
Sí hay algo que hace destacar a Pepa “La Camisona” dentro de nuestra historia y de nuestro pueblo, es la forma en qué compartía los alimentos con cualquiera que cruzara su puerta: su hijo Ramón recuerda la gran olla que su madre tenía, en la que se cocían ricos guisos de arroz, de papas, deliciosas boronías y espinacas. Sin esforzarse apenas, Ramón revive el sabor de sus guisos. Por mucho que lo ha intentado, no ha conseguido saborear de nuevo el rico guiso de arroz que hacía su madre, al que sólo le echaba una cola de bacalao, que antes tostaba en la candela.
Le preguntamos a Ramón cómo comenzó su madre a dar de comer a tantas personas en Santiago, y su respuesta nos conmueve. En esta época y en este barrio, como ya hemos escuchado en las demás historias de Familias de Carmona, la mayoría de los edificios eran casas de vecinos. Sin embargo, en el número dos del Paso dela Duquesa sólo vivían los “camisones”. Además de ser una familia de muchos miembros, los amigos de los hijos de Antonio y Pepa iban y venían con toda confianza. Muchos de ellos, vivían en las casas de vecinos, y la mayoría, sufrían muchas penurias. Pepa “La Camisona” era incapaz de ver sus caritas hambrientas y sus naricillas olfateando el guiso, así que comenzó a preparar suficiente comida para todo el que estuviera bajo su techo, fuera o no de su familia. Efectivamente, esto no era fácil, pues la pobreza de la posguerra no perdonaba tampoco a “La Camisona”, pero trabajó más y más duro para tener siempre de sobra para los que lo necesitaran. Podría haber vivido más cómodamente, pero su gran corazón, y su condición como persona, no lo permitieron. Lo hacía con orgullo, y jamás se le escuchó una queja.
Y qué decir como matrona: al igual que a ella otras buenas mujeres le ayudaron, asistió al nacimiento de muchas personas en su barrio querido, el de Santiago. Ramón nos dice emocionado y orgulloso, que mucha gente de su edad se acuerda todavía de ella, de como les curó o alimentó.
El borrico con el que “momá Pepa” iba por los pueblos, se llamaba Remendao. Su nombre tiene explicación, pues fue atropellado por el Carmonilla a la altura de Rosales. Casualidad que Antonio “Camisón” andaba por allí, y apiadándose del burrito, consiguió curarlo. Los animales saben cuando alguien les salva, y Remendao le devolvió el favor con creces. Ramón dice que, para su familia, no hubo mejor borrico en Carmona. Antonio “Camisón” le cedió a su mujer este buen borrico para que hiciera sus viajes como trasperlista, y ella lo quería muchísimo.
La siguiente anécdota demuestra el cariño que Remendao cogió a sus dueños, sobre todo a Pepa. Al nacer el que hoy nos cuenta su historia, Pepa cayó enferma de tiricia, algo parecido a la hepatitis. De hecho, a Ramón le amamantó su hermana Ignacia y una vecina. Pues bien, Remendao, al ver que su dueña no salía de la casa, un día, ni corto ni perezoso, entró como uno más de la familia. Pepa guardaba cama, y Remendao, al escuchar su voz, comenzó a buscarla. Los que estaban allí quisieron echarlo, pero Antonio “Camisón”, sentenciando, dijo “dejadlo, está buscando a su dueña”. Así, Remendao encontró a Pepa en la habitación, y se quedó junto a ella un buen rato. Una vez comprobó que Pepa estaba bien, salió tranquilamente del hogar.
“La Camisona” era una mujer que tenía muchísima fe, al igual que Antonio “Camisón”, que acudía a los pies de la Virgen de Gracia para
Relacionado con esto, recuerda Ramón que, cuando era pequeño, los Salesianos estaban al lado de su casa, en lo que hoy es la Casa Hermandad de Santiago. El director por aquella época, Don Ángel Caballero, le propuso a “La Camisona” meter al pequeño “Rami” en el seminario. La propuesta no se llegó a hacer realidad porque Ramón encontró su primer trabajo, pero siempre recordará con cariño la labor de los Salesianos: organizaban muchas actividades para los pequeños, como ferias y fiestas, y desde el muro, les tiraban caramelos a los “camisoncillos”.
Ramón nos cuenta cómo empezó a trabajar. Su recorrido empezó ayudando en la calera y en la barrería, pero fue al cumplir los nueve añitos cuando de verdad sintió que tenía un trabajo y una responsabilidad: entró a trabajar en el Cortijo de La Trinidad guardando vacas, de “zagalete”. Esta palabra es diminutivo de zagal, que como sabemos significa joven, y así se llamaba a los niños a los que se les encomendaba cuidar de las bestias, ya que era un trabajo que bien podían realizar aunque fueran pequeños. Le pagaban dos kilos de garbanzos y 10 pesetas al mes, y medio kilo de pan al día.
La familia de los “camisones” era muy curiosa: Pepa, al haber tenido tantos hijos desde tan joven, vio cómo criaba a sus nietos y a sus hijos pequeños a la vez. En esta casa, cuándo menos gente había, eran 20 o 25.
Aquí destaca la figura de una de las hermanas de Ramón: su hermana Francisca, a la que todos llamaban “tata”. Y es que ejerció un papel muy importante en la familia: a pesar de ser una de las mayores, estar casada y tener sus propios hijos, siguió trabajando para su casa y para sus hermanos, sobre todo los pequeños. Pepita, Carmen, Ramón y Remedios la tenían como a una segunda madre, y se criaron junto a sus hijos, que eran sus sobrinos. De hecho, recuerda Ramón que él mismo llevaba a sus sobrinos al infantil, y los cuidaba como hermanos. Más tarde, en sus años de juventud, alternaban juntos como amigos. Debido a esto, Ramón se siente como un hermano mayor más que como su tío, y adora a los seis hijos varones que tuvo su “tata”: Manuel, Antonio, Juan, Francisco, Rafael y Jesús.
Como muchas mujeres de la época, tuvo que amamantar a su hijo Juan durante la campaña de la aceituna: su “momá Pepa” se lo llevaba al campo, y entre pecho y pecho, lo dejaba plácidamente dormido en una espuerta colgada de dos ramas de olivo. Al nombrarlo, Ramón nos pide una frase en esta historia para él, que desgraciadamente, falleció el pasado agosto con tan sólo 54 años: en Alcalá de Guadaíra, su pueblo adoptivo, realizó una increíble labor en el ámbito deportivo durante 30 años, pero sobre todo le recuerdan por su humildad y bondad.
Ramón recuerda a su querida “tata” siempre alegre, canturreando, tarareando algún cante flamenco de la época, ya que le gustaba tanto como a su padre Antonio. Pero también recuerda cómo les reñía: tanto hoy como ayer, las regañinas eran parte de la educación y del cariño. Sin embargo, al igual que su madre o su hermano José, la “tata” les reñía explicándoles las cosas, con firmeza, pero al mismo tiempo con lógica. Ramón, que hoy tiene 69 años, aún se sabe las lecciones que aprendió de su familia y que tanto le sirvieron: respetar a los mayores, no contestar, y no arrimarse a los niños que fueran malos, fueron algunos de esos valiosos consejos.
Igual de piadosa y justa que “La Camisona”, ayudó a todo el que pudo, incluidos los animales: una vez, incluso salvó a un pato, operándolo. Además, ejerció de practicante para todo el que necesitara. Desgraciadamente, aprendió porque su pequeña Pepi, la hija que tanto deseó, estuvo muy enferma y sufría asfixias, hasta que un día falleció. Esto nos hace reflexionar: si personas tan válidas e inteligentes como la “tata” hubieran nacido en una época más adelantada, sin duda hubieran ejercido una profesión tan valiosa como la medicina o la docencia.
¡Cuántos profesionales se perdieron por la pobreza y la dificultad de estos tiempos!
Cuándo los niños de sus ojos, sus hermanos pequeños, se fueron haciendo mayores, cuándo el tiempo de las penurias comenzó a diluirse, se permitió la “tata” separarse un poquito de su familia, y se fue a vivir a la zona dela Necrópolis , dónde curiosamente, como su padre y su abuelo, empezó a llevar un negocio propio, el de las vacas, mientras su marido Rafael salía a trabajar. Les fue muy bien, pues la “tata”, al igual que su madre, tenía mano tanto con las personas como con los animales, y trabajaba de sol a sol. Cosas del destino, un día en Carmona salió una orden que dictaba que todos los que tuvieran vacas las sacaran del pueblo. La “tata” y su marido Rafael se asustaron y las vendieron, y se marcharon a Alcalá de Guadaíra en busca de una vida nueva.
Desgraciadamente, desde hace bastante tiempo se encuentra muy enferma, y como su madre, sigue aferrándose a la vida, siendo fuerte para que su familia no sufra al verla, como su hermano Ramón, que la quiere con locura. Francisca, la “tata”, ha tenido que ser fuerte para enfrentarse a sobrevivir a su hijo Juan, pero el destino le regaló la alegría de llegar a ver a sus bisnietos: su hermano siempre le dice que “Dios se llevó un hijo, pero te regaló tres bisnietos”. Son sus tres últimos tesoros, Luján, Claudio y Ariadna, nieta de su hijo Juan.
Al igual que “momá Pepa”, la “tata” Francisca tiene la recompensa de todo lo que trabajó en sus hijos, nietos y sobrinos, como su sobrina Graci, que la quiere y cuida como una hija. Con 82 años, sus nietos usan las nuevas tecnologías para hacerse fotos con ella y mandarlas a los que están lejos, y ese cariño y amor que le tienen sus descendientes es lo que le da fuerzas para seguir con ellos.
Todos los hijos e hijas de Antonio “Camisón” y Pepa “La Camisona ” se casaron, y fue Ramón el que se quedó con ellos, pues aún estaba mozo. Para esa época, la familia había dejado la casa del Paso de la Duquesa y habían vuelto a vivir en la Calle Enmedio.
Hubo una terrible racha en Carmona, sobre el año 1966, y Ramón decidió probar fortuna, y viajar a Francia para trabajar en la construcción. Su familia intentó impedírselo, pues sólo tenía 21 años, pero como “Camisón” que era, ni tenía miedo ni le movían de su idea.
Más tarde, Antonio y Pepa se fueron a vivir a la Calle Servilia , pues cerca, en la Calle Anfiteatro vivía su hija Antonia, y la “tata” Francisca, que vivía en el Huerto. Así estarían acompañados los últimos años de sus vidas.
Antonio falleció de un infarto, pero su último día fue como todos, feliz y completo. Había dado su paseo de la mañana, se había tomado su copita de aguardiente, que le encantaba, y al volver al medio día, había almorzado junto a su mujer, como un día cualquiera, como tantos que pasó con Pepa. Don Julián, el médico que siempre había llevado a la familia, lloró mucho por Antonio “Camisón”, ya que nada pudo hacer para salvarle, y le tenía gran aprecio.
Empezó a enfermar, pero su hijo Ramón comparte con nosotros que murió con todo el conocimiento. Desde que enfermó, sus hijos e hijas no se apartaron de su lado: Ramón pasaba todas las noches junto a ella, en la cama de su padre, vigilando su salud. No quería apartarse de su “momá Pepa” mientras le quedara aliento, quería aprovechar cada minuto con ella. En esta situación, Ramón, una noche, sufría de una constante tos, y aquí volvemos a ver la increíble condición de Pepa “La Camisona”: aún estando tan enferma, aguantando no quejarse hasta que sus hijos se iban para no preocuparlos, Pepa le dijo a sus hijas “anda, dale limón con azúcar a tu hermano, que sa llevao to la noche tosiendo, y dile que vaya el médico”.
Ramón, como siempre, hizo caso a su querida madre. Mientras el médico le atendía, su sobrino le buscaba para anunciarle que “momá Pepa” acababa de fallecer.
Aunque su cuerpo había dejado este difícil mundo en el que todos vivimos, ya cansado de trabajar y bregar, el espíritu fuerte, valiente, solidario y virtuoso de Pepa “La Camisona”, nunca dejó ni dejara de acompañar a sus familiares, y cómo no, a su pueblo, pues ya es parte de la historia de Carmona.
A una calle de distancia, en nuestra Calle Sevilla, se desarrollaba la vida de Antonio, futuro marido de Pepa y de quién adoptaría su mote. El mote “Camisón” tiene un origen muy curioso: el bisabuelo de Ramón, fue bautizado en Lora del Río por un hombre al que conocían como “Camisón”. Los vecinos del pueblo le llamaban así porque tocaba la guitarra, pero sólo sabía entonar unas pocas notas, que, curiosamente, sonaban como “camisón-camisón”. Así, esta familia traería el mote de Lora del Río a Carmona.
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La antigua Cooperativa Olivarera de Carmona, de ahí el nombre de la promoción de pisos que hoy ocupa el solar donde trabajó Francisco y su hijo, Antonio "Camisón" |
De pronto un día, la familia de Pepa sufrió un gran varapalo: estando su padre segando en el campo, un infarto se lo llevó de forma súbita. Para cuándo llegó a Carmona, tirado a todo lo largo en una burra, ya había fallecido. Así, Pepa “La Camisona”, se hizo cargo de sus hermanos, al ser la mayor de todos.
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Antonio "Camisón" y Pepa "La Camisona" |
Contra Pepa “La Camisona”, las demás poco tenían que hacer: cuando el amor aparece y es correspondido, nada lo frena. Una vez casados, se fueron a vivir a lo que se conocía como “la barrería de Leopoldo”. Antonio “Camisón” trabajaba por aquél entonces allí, y la fábrica de ladrillos y locetas disponía de viviendas para los trabajadores.
Antonio llegó a ir de ayudante en un camión: nos cuenta su hijo Ramón, que esta era la época en que se empezaba a llevar el negocio de la construcción de la forma en que hoy lo conocemos.
En la barrería de Leopoldo, nacerían 9 de los 12 hijos que tendría la pareja: allí nacieron Ignacia, Francisco, que desgraciadamente falleció a los 18 meses, Antonia, José, Francisca, Antonio, al que llamaban cariñosamente Kiki, Francisco, que heredó el nombre de su hermano fallecido, Ignacio y Pepita, que con ocho meses ya viviría en la nueva casa del barrio de Santiago.
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Aquí vemos los hornos hechos a mano donde se extraía la cal a base de leña |
No sólo eso, sino que fue de los primeros en Carmona en producir el cisco de orujo, que en aquella época se exportaba a Alemania. Seguro que todos habéis oído hablar de las chimeneas modernas que se encienden con este cisco ecológico, que ahora tanto están de moda. Recuerda Ramón con una sonrisa que, cuando era pequeño, con un borrico les llevaba este cisco a las monjas de Santa Clara, para que calentaran su hogar.
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Un arriero del Puerto de Santa María carga en su mula arena de la playa para usarla en la construcción, como también haría Antonio |
Poco después, la familia “Camisón” se trasladaría al barrio de Santiago, concretamente, al número dos del Paso de la Duquesa. Allí nacieron Carmen, que de mayor sería monja, Ramón, que hoy nos cuenta esta historia y al que llamaban “Rami”, y Remedios, que así rezaba en la Iglesia , pero que en los juzgados constaba cómo Ángeles. Este caso se dio en muchos niños y niñas de la época. Se debía a que, curiosamente, a los bautizos no iban las madres, sino las madrinas. La madrina de Remedios era de Mairena del Alcor, y quiso que la pequeña de la familia se llamara como la patrona de su municipio.
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La casa del Paso de la Duquesa en el barrio de Santiago vería crecer a los pequeños de la familia "Camisón" |
El estallido de
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El histórico tren "Carmonilla" llevaba a mujeres como Pepa a pueblos cercanos para intercambiar productos |
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Vemos a José, Ramón y Graci, la mujer de José en la Peña Los Tranquilotes, junto a sus mellizos |
Además, José heredó lo bueno de su padre y lo bueno de su madre: trabajador al máximo como Antonio, y solidario como su madre. Desde principios de los años 70 trabajaría de repostero en la Peña Los Tranquilotes, y aunque en esta década ya no se pasaban necesidades como antes, José siempre convidaba y atendía a quién lo necesitara: si llegaba a la peña alguien más débil o necesitado, le ponía un buen plato de menudo y su copita de vino.
En el Carmonilla estuvo a punto de nacer su hija Carmen, pues Pepa, como tantas mujeres de esta época, no podía permitirse dejar de buscarse la vida por estar embarazada. Las mujeres que iban junto a ella en el histórico tren la tranquilizaron y ayudaron con la carga que llevaba.Ramón recuerda emocionado, como si las estuviera saboreando ahora, después de 60 años, las ricas batatas que preparaba su madre. Las hacía fritas, como las papas; en su época se hacía incluso helado con este producto.
Un vendedor de batatas en Málaga, año 1942. Aparecían a la hora de la merienda, voceando: "Caliente y buenaaa" a lo que la chiquillería contestaba "Como tu hermanaaa" |
Sí hay algo que hace destacar a Pepa “La Camisona” dentro de nuestra historia y de nuestro pueblo, es la forma en qué compartía los alimentos con cualquiera que cruzara su puerta: su hijo Ramón recuerda la gran olla que su madre tenía, en la que se cocían ricos guisos de arroz, de papas, deliciosas boronías y espinacas. Sin esforzarse apenas, Ramón revive el sabor de sus guisos. Por mucho que lo ha intentado, no ha conseguido saborear de nuevo el rico guiso de arroz que hacía su madre, al que sólo le echaba una cola de bacalao, que antes tostaba en la candela.
Le preguntamos a Ramón cómo comenzó su madre a dar de comer a tantas personas en Santiago, y su respuesta nos conmueve. En esta época y en este barrio, como ya hemos escuchado en las demás historias de Familias de Carmona, la mayoría de los edificios eran casas de vecinos. Sin embargo, en el número dos del Paso de
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Parte de la familia Camisón: abajo, de izquierda a derecha, Pepita, Carmen, Ignacio y Ramón. Abrazando a sus padres Antonio y Pepa, se encuentra Francisco |
Además, la familia tenía la suerte de contar con un buen pozo en su casa: en esta época, obviamente no había abastecimiento de agua en las casas, y “La Camisona” le daba agua a todo el que la quisiera.
Esta gran mujer no sólo era trabajadora, cariñosa y piadosa de corazón, sino que tenía la virtud de tener buena mano con la gente, y ser muy valiente. Decimos esto porque nos cuenta su hijo que, si cualquier chiquillo se ponía enfermo, ella, sin miedo, lo curaba como buenamente podía, dándole sus propias medicinas si era necesario.
Y qué decir como matrona: al igual que a ella otras buenas mujeres le ayudaron, asistió al nacimiento de muchas personas en su barrio querido, el de Santiago. Ramón nos dice emocionado y orgulloso, que mucha gente de su edad se acuerda todavía de ella, de como les curó o alimentó.
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Una familia de Chipiona junto a su borrico. En esta época, el borrico no era sólo una herramienta de trabajo muy valiosa; llegaba a ser uno más de la familia |
El borrico con el que “momá Pepa” iba por los pueblos, se llamaba Remendao. Su nombre tiene explicación, pues fue atropellado por el Carmonilla a la altura de Rosales. Casualidad que Antonio “Camisón” andaba por allí, y apiadándose del burrito, consiguió curarlo. Los animales saben cuando alguien les salva, y Remendao le devolvió el favor con creces. Ramón dice que, para su familia, no hubo mejor borrico en Carmona. Antonio “Camisón” le cedió a su mujer este buen borrico para que hiciera sus viajes como trasperlista, y ella lo quería muchísimo.
La siguiente anécdota demuestra el cariño que Remendao cogió a sus dueños, sobre todo a Pepa. Al nacer el que hoy nos cuenta su historia, Pepa cayó enferma de tiricia, algo parecido a la hepatitis. De hecho, a Ramón le amamantó su hermana Ignacia y una vecina. Pues bien, Remendao, al ver que su dueña no salía de la casa, un día, ni corto ni perezoso, entró como uno más de la familia. Pepa guardaba cama, y Remendao, al escuchar su voz, comenzó a buscarla. Los que estaban allí quisieron echarlo, pero Antonio “Camisón”, sentenciando, dijo “dejadlo, está buscando a su dueña”. Así, Remendao encontró a Pepa en la habitación, y se quedó junto a ella un buen rato. Una vez comprobó que Pepa estaba bien, salió tranquilamente del hogar.
Como decimos, Pepa “La Camisona” era muy querida en el barrio de Santiago. Tan enferma estuvo en esta ocasión, que se quedó sin pelo prácticamente. Una vecina, muy amiga de ella, se cortó el pelo para que Pepa pudiera usarlo y lucir su rohete, que siempre llevaba y tanto le gustaba.
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Antonio, hermano de Ramón y al que llamaban cariñosamente "kiki", posa en la mili, que realizó en Zaragoza |
hablar con ella. Así se lo inculcaron a sus hijos, y seguramente la fe interior de “momá Pepa” era la que la hacía una mujer tan fuerte y valiente. Cierto día, cuando las cosas estaban tan mal que tenían que pensar que comerían al día siguiente, se hallaba Pepa dándole vueltas a la cabeza para ver qué podía buscar cuando saliera el sol. De pronto, vio cruzar por el techo de la casa un haz de luz, una especie de rayo de fuego que tan pronto como apareció, desapareció. Al momento, como si esa luz le hubiera inspirado, pensó visitar al día siguiente a su prima Mercedes, “la de Aguilar”. Al verse, ésta le dijo que tenía gran cantidad de garbanzos, y que si quería, intentara venderlos. Pepa “La Camisona” recaudó ese día lo que para esa época era un dineral, y siempre creyó que aquel rayo fue una señal divina.
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El pequeño "Rami", muy aplicado en su foto de colegio con los Salesianos |
“Rami” deseaba trabajar desde muy pequeño. Cuando no trabajaba de zagalete, se iba al campo con su amigo, Manolillo Veneno. Sus hermanos le insistían en que no tenía porqué ir, podía ayudar en los negocios familiares, pero todos los amiguetes de “Rami” trabajaban en el campo, ¿por qué él no lo iba a hacer?
También trabajó en la fábrica de vegetal del “Salamanquino”, dónde se trataba la palma, junto a sus hermanas Pepita y Carmen. Ramón rememora con añoranza lo felices que eran a esa edad: se llevaba tan bien con sus hermanas pequeñas, se divertían tanto juntos, que solía decirles “vamos a estar siempre juntos; ni yo me echaré novia, ni vosotras novios ¡nos quedaremos siempre mocitos!”
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Grupo de trabajadoras de la fábrica de vegetal del "Salamanquino" Las dos primeras mozas de la derecha son Carmen, con vestido oscuro, y Pepita agachada junto a ella y muy sonriente |
La familia de los “camisones” era muy curiosa: Pepa, al haber tenido tantos hijos desde tan joven, vio cómo criaba a sus nietos y a sus hijos pequeños a la vez. En esta casa, cuándo menos gente había, eran 20 o 25.
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La tata Francisca junto a su hijo, Antonio |
Cuando Pepa “La Camisona” salía a trabajar con su hijo José, o cuando casi toda la familia se fue a Burguillos a trabajar en una calera y en una barrería, la “tata” se quedaba con ellos: los cuidaba, los arropaba por la noche, los arreglaba, les daba el cariño que sólo una madre o alguien tan especial como ella les podía dar.
La “tata” era tan trabajadora y valiente como su madre: trabajaba en el campo como un hombre, segando habas, cogiendo algodón o aceitunas: tan fuerte era, que ella misma cargaba el banco de olivar a olivar. Estos bancos eran dos escaleras para llegar al olivo, y un capacho de lona en el centro, donde iban cayendo las aceitunas. Este aparejo pesaba muchísimo, y los solían cargar entre dos, pero la “tata” Francisca tenía una voluntad más fuerte que su cuerpo, y si lo tenía que mover ella sola, lo movía.
La “tata” era tan trabajadora y valiente como su madre: trabajaba en el campo como un hombre, segando habas, cogiendo algodón o aceitunas: tan fuerte era, que ella misma cargaba el banco de olivar a olivar. Estos bancos eran dos escaleras para llegar al olivo, y un capacho de lona en el centro, donde iban cayendo las aceitunas. Este aparejo pesaba muchísimo, y los solían cargar entre dos, pero la “tata” Francisca tenía una voluntad más fuerte que su cuerpo, y si lo tenía que mover ella sola, lo movía.
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Campaña de la aceituna en Lebrija. Vemos como se usaban estas largas escaleras para llegar a las aceitunas. El banco de olivar era igual pero con un capacho en el centro |
Luego llegaba a la casa y seguía la jornada con las tareas que había que hacer, como lavar la ropa en la pila o preparar la quincana para el día siguiente, y así terminaba su “peoná”, ya bien entrada la madrugada.
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La familia de la tata y su marido Rafael. El matrimonio posa feliz con sus seis varones |
Ramón recuerda a su querida “tata” siempre alegre, canturreando, tarareando algún cante flamenco de la época, ya que le gustaba tanto como a su padre Antonio. Pero también recuerda cómo les reñía: tanto hoy como ayer, las regañinas eran parte de la educación y del cariño. Sin embargo, al igual que su madre o su hermano José, la “tata” les reñía explicándoles las cosas, con firmeza, pero al mismo tiempo con lógica. Ramón, que hoy tiene 69 años, aún se sabe las lecciones que aprendió de su familia y que tanto le sirvieron: respetar a los mayores, no contestar, y no arrimarse a los niños que fueran malos, fueron algunos de esos valiosos consejos.
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Rafael, su mujer, la tata Francisca, y Antonio "Camisón" en los Jardines Murillo de Sevilla |
Aunque tanto “momá Pepa” como su “tata” eran de genio fuerte, tenían una docilidad en su carácter que hacía que los que las rodeaban se sintieran a gusto y tranquilos a su lado.
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Pepi, la hija que la tata tanto deseó y quiso |
¡Cuántos profesionales se perdieron por la pobreza y la dificultad de estos tiempos!
Su marido, Rafael, era tan trabajador como ella, y salía a buscar espárragos, tacarninas, caracoles y lo que hiciera falta para luego venderlos. Pero sobre todo, siempre estaba junto a ella, nunca le recriminó que no se separase de su familia: se apoyaban mutuamente y se querían muchísimo.
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Rafael, marido de la tata Francisca, la apoyó y acompañó siempre |
Su marido, Rafael, era tan trabajador como ella, y salía a buscar espárragos, tacarninas, caracoles y lo que hiciera falta para luego venderlos. Pero sobre todo, siempre estaba junto a ella, nunca le recriminó que no se separase de su familia: se apoyaban mutuamente y se querían muchísimo.
Cuándo los niños de sus ojos, sus hermanos pequeños, se fueron haciendo mayores, cuándo el tiempo de las penurias comenzó a diluirse, se permitió la “tata” separarse un poquito de su familia, y se fue a vivir a la zona de
Desde entonces vive allí, donde es muy conocida y querida. Siempre tuvo muchísimas amigas, y como dice Ramón, era muy “entremetía”. La gente de Alcalá también le llama “tata”, y le demostraron todo su cariño tanto en el entierro de su marido Rafael como en el de su hijo Juan.
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Para la familia "Camisón", la tata Francisca fue como una segunda madre. Su familia suele decirle que "tiene un corazón que no cabe en Carmona" |
Al igual que “momá Pepa”, la “tata” Francisca tiene la recompensa de todo lo que trabajó en sus hijos, nietos y sobrinos, como su sobrina Graci, que la quiere y cuida como una hija. Con 82 años, sus nietos usan las nuevas tecnologías para hacerse fotos con ella y mandarlas a los que están lejos, y ese cariño y amor que le tienen sus descendientes es lo que le da fuerzas para seguir con ellos.
Hubo una terrible racha en Carmona, sobre el año 1966, y Ramón decidió probar fortuna, y viajar a Francia para trabajar en la construcción. Su familia intentó impedírselo, pues sólo tenía 21 años, pero como “Camisón” que era, ni tenía miedo ni le movían de su idea.
Al volver, quiso irse a Canadá. La familia se echó las manos a la cabeza de nuevo, pero, cuestión del destino, encontró trabajo en la Sevillana , donde trabajaría siempre. Con 27 años, la misma edad con la que se casó su padre Antonio, Ramón se casó con Graci, a la que conocía desde los 18 años.
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Ramón junto a sus compañeros de la Sevillana, colocando los postes para la feria |
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Ramón y un compañero de la Sevillana |
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Antonia, la hermana de Ramón, vivió cerca de sus padres en sus últimos años |
Antonio falleció de un infarto, pero su último día fue como todos, feliz y completo. Había dado su paseo de la mañana, se había tomado su copita de aguardiente, que le encantaba, y al volver al medio día, había almorzado junto a su mujer, como un día cualquiera, como tantos que pasó con Pepa. Don Julián, el médico que siempre había llevado a la familia, lloró mucho por Antonio “Camisón”, ya que nada pudo hacer para salvarle, y le tenía gran aprecio.
“La Camisona” se quedó sin su compañero, pero fuerte como era, siguió adelante por sus hijos y nietos. Un mal día, su hijo Francisco, con sólo 42 años, falleció, y eso fue lo que, tal vez, hizo que Pepa luchara con un poquito de menos voluntad.
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La familia nunca olvidará a su "momá Pepa", que tanto luchó por ellos |
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Antonio "Camisón" a pesar de su edad, siguió con el mismo espíritu fuerte |
Ramón, como siempre, hizo caso a su querida madre. Mientras el médico le atendía, su sobrino le buscaba para anunciarle que “momá Pepa” acababa de fallecer.
Aunque su cuerpo había dejado este difícil mundo en el que todos vivimos, ya cansado de trabajar y bregar, el espíritu fuerte, valiente, solidario y virtuoso de Pepa “La Camisona”, nunca dejó ni dejara de acompañar a sus familiares, y cómo no, a su pueblo, pues ya es parte de la historia de Carmona.
que gran familia, Ramón una gran persona, UN AMIGO. Un Carmones de pies a cabeza, con mucho corazón...... nacho dana
ResponderEliminarGracias Nacho, soy Virginia y al decírselo a mi padre no ha podido evitar hablarme del tuyo. Gran hombre y muy querido por él. De su parte, el aprecio es mutuo. Muchas gracias.
ResponderEliminarMuy grande prima, que se que todos son tios mios aunque no conozca (por desgracia de vivir en otro sitio)se me han saltado varias veces las lagrimas. Un besazo (tu primo alejandro)
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